miércoles, 3 de noviembre de 2021

Seamos todos marginales.


Imagen creada por Ernesto García-Testón (autor del texto) con editor gráfico.


Tener fortuna no es robar, aunque sí es cierto que para obtener alguna fortuna hay que dar un golpe de audacia, un “salto de fe” hacia lo ilegal, hay que infringir alguna norma. Debe permitirse cierto margen, ser indulgente con las pequeñas faltas, dejando a un lado el carácter fanático de aquellos que odian al que se arriesga y consigue algo. El totalitarismo elimina esos márgenes en los que nos movemos y que son el espacio de la inventiva y la audacia o por lo menos el espacio de una vida privada libre y placentera dentro de lo posible. Ese espacio es necesario para que la sociedad avance.


Los individuos se asocian al margen del aparato del Estado. Un estado de ciudadanos libres que permita amplios márgenes para la experimentación y la extravagancia es un estado que ama a sus ciudadanos. Por contra, el estado que elimina los márgenes de la libertad solo ama la imagen ideal de ser humano que dibuja su ideología, un ciudadano perfecto en dos dimensiones sobre un papel. La ideología odia la realidad.


Siempre nos movemos en lo marginal, porque el ideal por el cual el Estado modela la sociedad nunca coincide con nuestro verdadero ser. No se puede controlar el comportamiento, en todo caso se puede dar a los ciudadanos el común convencimiento de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que es correcto y adecuado y de lo que no lo es, pero no se puede evitar que cada uno tenga su propia idea al respecto. Ilustrar al pueblo no es hacer que las mentes sean clones unas de otras, y esto es, además, un imposible. El Estado es necesario (y sus prestaciones), porque las personas no podemos ser libres como los son los animales. En primer lugar necesitamos vernos libres de muchas de las fatigas de la subsistencia para poder alcanzar un nivel espiritual mayor al de un animal o un esclavo. En segundo lugar debemos tener asegurada la satisfacción de otras necesidades básicas como la seguridad (la cual a veces hay que defender con violencia). Pero ese Estado que hace posible que alcancemos un determinado grado de ilustración, de conocimiento, de sofisticación, debe permitir que podamos obtener conocimiento y hacer más avanzado nuestro modo de vida. Esto es lo que en la actualidad no está ocurriendo sino más bien lo contrario, porque se pretenden regular hasta los más íntimos detalles de nuestra vida: eso es eliminar los márgenes (o hacer que todo lo que hagamos sea marginal).


A las personas cuyo comportamiento sea anómalo, a los inadaptados o a quienes no pueden evitar salirse de la norma por sus circunstancias personales se les convierte en delincuentes o se les clasifica como enfermos mentales. Pero a sus mentes no les pasa nada, tan solo se han ido a los márgenes. La medicación y la sobreprotección oficial y subvencionada de estos individuos se convierte en un castigo, en el eufemismo de un castigo, a perpetuidad. Y aquí debemos incluir a los pobres, a las clases bajas pobres e incultas cuyo estilo de vida a veces puede disgustarnos y a los cuales se les multa, también se les clasifica como minusválidos e incluso se les quita a sus hijos si este estilo de vida no cumple unos estándares. En un sistema de amplios márgenes estas personas serían individuos libres para no aceptar la obligación de vivir de un modo que no les gusta. Y no hablo de personas que no quieren trabajar, que no quieren ser útiles a la sociedad (todas las personas quieren ser útiles a la sociedad en algún momento de su vida, hasta que desisten de esa pretensión), hablo de personas honorables y capaces, por supuesto, personas que por su divergencia constituyan un foco de variedad y posibilidades de cambio, o que en todo caso den color a la sociedad con su peculiar forma de ser. No podemos consentir un sistema que convierta a estas personas en “ciudadanos de segunda”.


Creo que fue Billy Gibbons, guitarrista de ZZ Top, el que dijo que “en todas partes del mundo los hombres beben cerveza [más de la cuenta], conducen rápido y van de putas”. Sería el ejemplo de tres transgresiones leves que hoy día te pueden convertir en un marginado: el alcoholismo, los delitos contra la seguridad vial y ser un putero. Si hay que ser permisivo con los osados y con los diferentes también hay que serlo con la gente de mal vivir, porque al fin y al cabo, todos caemos en esas transgresiones más tarde o más temprano. Y con esto no quiero decir que dejemos de saber qué es el Bien y qué es el Mal ni que dejemos de combatir a este último, lo que digo es que para saber qué son uno y otro debemos verlos y experimentarlos, porque son muy reales y muy variadas sus formas y no debemos limitarlos a una teoría monolítica y planificada en dos dimensiones sobre un papel. Debemos ser indulgentes con la gente golfa, aunque solo sea porque en algún momento de nuestra vida nosotros mismos nos aprovecharemos de esa indulgencia.


Nos hemos acostumbrado a perseguir al transgresor, a criticar con vanidad y soberbia, a ser unos chivatos. Y somos así por miedo a que nos identifiquen con la transgresión. Pero más aún: esta actitud se convierte en la exigencia personal de adecuarse al estereotipo de perfecto miembro de la sociedad. Y no solo eso: nos sentimos en la obligación de demostrar a todas horas que somos buenos ciudadanos, llegando incluso a expresar nuestros sentimientos ante otros, algo del todo abominable, pues entregamos nuestra intimidad y lo hacemos por miedo o por la estúpida convicción de que nuestros seres queridos necesitan saberlo todo y no es así pues la mentira piadosa es eso, piadosa. Si queréis penar y desahogaros hacedlo ante un sacerdote, que garantiza el secreto de la confesión, y mantened vuestros secretos íntimos a salvo de los demás pecadores (porque van a pecar con ellos, que no os quepa duda). Tener secretos es bueno y permite que la sociedad funcione en armonía. Y pienso yo (y no diré por qué lo pienso) que al fin siempre querremos guardar algo para nosotros y, al vernos tan asediados por una sociedad asfixiante, nos volveremos cada vez más sutiles guardando lo último que nos queda por mostrar: lo más oculto y oscuro de nuestro ser. Así, una sociedad donde impera la persecución moral, el pánico moral, solo puede conducir a la decadencia, pues no se permiten al ser humano los vicios confesables y solo le quedan a su individualidad los inconfesables, que por inconfesables, siempre estuvieron ocultos. En la amplitud de márgenes se cultiva la virtud y en la ausencia de márgenes solo puede crecer el pecado como crecen el moho tóxico y la húmeda pestilencia en los rincones oscuros y estrechos.


No se puede “diseñar” la humanidad y pretender controlarla, pues los márgenes se escapan a ese plan cibernético. La realización de la utopía solo conduce la imposición tiránica, y además es un imposible. Como dije antes, hace falta organización, un orden, para satisfacer nuestras necesidades, para distribuir todo aquello que haga posible tal satisfacción, pero la posibilidad de ocupar un espacio y un momento fuera de ese orden, en los márgenes, también es una necesidad.


Una sociedad evolucionará más, se adaptará mejor al mundo y sus cambios, será más completa, diversa, virtuosa y feliz si se permite la existencia de amplios márgenes, es decir, si se normaliza aquello que otros prohíben. Sería muy triste que en el futuro las máquinas y las inteligencias artificiales nos libraran de la penosa carga del trabajo y que no se nos permitiese a los seres humanos tener libertad para acceder al conocimiento y disfrutar de una vida rica en experiencias: tal planteamiento tecnológico, como utopía, es una chapuza.


Seamos todos marginales, por favor, para que pueda existir una amplia y armoniosa centralidad en la que reunirnos y refugiarnos. Seamos todos marginales para hacer nuestro mundo más grande.



Ernesto García-T. G., noviembre de 2021.






Ernesto García-Testón Gómez 2021.

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