Mujeres blancas en un fumadero de opio en Chinatown, San Francisco. Wikimedia Commons.
Las drogas no crean adicción por arte de magia. Nadie se hace adicto al instante ni se hace adicto sólo por la droga. Peor que la droga son nuestra conducta, nuestras costumbres, nuestras creencias y el entorno social.
Comemos en exceso, bebemos en exceso (el alcohol es una droga) y somos unos insoportables bravucones porque nuestro entorno social y nuestras creencias nos inducen, nos obligan a comportarnos así.
Y también hay que tener en cuenta el placer.
Creemos que comer y beber mucho es bueno, que es algo que forma parte de nuestra cultura. Nos engañamos a nosotros mismos. Nos regodeamos en esos sabores y en la sensación de plenitud. Nos refugiamos en la embriaguez. Muchos a nuestro alrededor lo hacen y muchos que no lo hacen nos agasajan dándonos de comer y de beber. Repiten una y otra vez estúpidas sentencias como "que me quiten lo bailao" o "de algo hay que morir". Caemos en la trampa: nos atiborramos de comida y nos acostumbramos a abusar del alcohol o de otras sustancias.
Estas conductas inadecuadas se convierten en rasgos de identidad. Nos ayudan a superar la timidez. Es más fácil beber y comer que soportar la turbación que nos provoca el contacto social. En el caso del tabaco, fumar nos convierte en adultos. En el caso de las drogas, nos hacen formar parte de un grupo e incluso de un movimiento contracultural. Por rebeldía, los hijos de las personas honradas toman drogas y practican sexo de manera irresponsable (aunque esto puede ser mucho más divertido que aguantar a las personas honradas). En el caso de que sea un rasgo identitario de un grupo, la pertenencia a este grupo reforzará la adicción y la mala conducta. Dios los cría y ellos se juntan.
Y también hay que tener en cuenta el placer. Hasta que caemos enfermos el sedentarismo, la gula, el alcohol y otras drogas nos resultan placenteras. Muchas de nuestras costumbres lo son simplemente porque hacer algo nos causa placer y porque nos hace regodearnos en la molicie. Lo hacemos porque nos gusta (por la dopamina), hasta que reventamos, comportándonos como animales. Y cuando nos llegamos a dar cuenta de lo que estamos haciendo, puede que ya sea tarde. ¡O puede que no! Recordad aquello de que "nunca es tarde si la dicha es buena". No seáis animales.
Hasta aquí, todo normal, que mucho de esto forma parte de nuestra cultura, son costumbres muy arraigadas y es propio de personas sociables, de personas normales.
Hay otra posibilidad, más rara: la de quienes no participaron de la sociedad, la de quienes fueron aislados y, descubriendo el mundo, adoptan de golpe todas estas costumbres. Quienes fueron aislados de de niños, quienes no conocieron el rock, la música pop, los movimientos contraculturales ni las conductas disolutas y salen al mundo y descubren todo eso de golpe, sin filtros y sin tener tiempo de asimilar toda la información aparejada. En este caso, el sujeto ignaro imitaría lo que los demás hacen sin saber qué puñetas está haciendo. Nunca llegarán a ser miembros del grupo o serán fanáticos conversos de sus dogmas, pero nunca comprenderán del todo cómo los demás llegaron a formar parte de él. De todas maneras, adquirirán su identidad grupal, sus usos y consumirán con fruición lo que todos consuman.
Peor que la droga son nuestra conducta, nuestras costumbres, nuestras creencias, el entorno social y el identitarismo. Todos estos son los motivos por los cuales los seres humanos podemos ser capaces de engullir, de inyectarnos o de fumar cualquier cosa.
Ernesto García-Testón Gómez a 26 de octubre de 2024.
Ernesto García-Testón Gómez 2024.
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